2 obras del autor: Muñoz - (Sebastián Muñoz)
Clasificador |
N° de obras |
Siglos XVI y XVII. Barroco | |
- Escuela española. Retratos | 2 |
Apunte Biográfico |
Sebastián Muñoz (c. 1654 - 1690) fue un pintor barroco español, discípulo y colaborador de Claudio Coello y uno de los más interesantes epígonos de la Escuela madrileña, malogrado por su temprana muerte.
Aunque Antonio Palomino, biógrafo y amigo, afirma que nació en Navalcarnero (Madrid), lo cierto es que en aquella localidad no consta la partida de bautismo. Es muy probable, en cambio, que se trate del mismo Sebastián Muñoz que en enero de 1670 entró como aprendiz por un periodo de cuatro años en el taller del pintor toledano Hipólito de Torres. En la escritura de aprendizaje, con las cláusulas habituales, su padre declaraba que el muchacho era de edad de doce años (lo que retrasaría la fecha de nacimiento a 1657) y natural de Casarrubios del Monte (Toledo), localidad muy próxima a Navalcarnero y para la que Sebastián Muñoz, en el momento de su fallecimiento, estaba pintando un cuadro del Martirio de San Andrés. En enero de 1680 se encontraba en Madrid pintando al temple con Claudio Coello las decoraciones festivas con motivo de la entrada de la reina María Luisa de Orleáns, primera esposa de Carlos II. Con las ganancias obtenidas, cuenta Palomino, pasó a Italia, donde se le documenta efectivamente a fines de ese año firmando con el valenciano Vicente Giner una petición a Carlos II para fundar una academia de pintores españoles en Roma. Allí entró en contacto con Carlo Maratta, como atestiguan tres dibujos de Academia conservados en los Uffizi de Florencia. De regreso a España se unió a su maestro Coello en Zaragoza, pintando en colaboración los frescos de la iglesia de la Mantería (1684), parcialmente conservados in situ. En 1686 se encontraba en Madrid, trabajando en el Alcázar, donde pintó un techo del cuarto de la reina con la fábula de Angélica y Medoro, de la que se conserva un dibujo preparatorio en la Bibloteca Nacional de Madrid. También para palacio pintó al óleo una de las historias de la fábula de Psique y Cupido, perdida, con la que según Palomino obtuvo el nombramiento de pintor del rey. Su prestigio y buena fama creció al retratar a la reina, en lo que también demostró particular habilidad, según asegura Palomino, y con el Martirio de San Sebastián, expuesto en público con ocasión de la fiesta del Corpus. En 1689, para el convento de Carmelitas Calzados, pintó los Funerales de la reina María Luisa de Orleáns, donde para contentar a las monjas, que no reconocían a la difunta en la figura escorzada de la reina yacente que había pintado Muñoz, hubo de pintarla viva en un medallón dentro del cuadro, sostenido por angelitos. En el Palacio del Buen Retiro trabajó en la decoración de las salas destinadas a la nueva reina, doña Mariana de Neoburgo, a la vez que comenzó a trabajar en la restauración de los frescos de Francisco de Herrera el Mozo en la cúpula de la iglesia de Atocha. Ocupado en esta tarea, el Lunes Santo de 1690, cayó del andamio -según Palomino, cuando bailaba sobre él, por ser muy aficionado a la danza- y murió al instante, siendo enterrado en el mismo convento. Al morir dejaba inacabado el Martirio de San Andrés de la parroquial de Casarrubios del Monte, lienzo de considerables dimensiones (8,30 x 7,30) que hubo de ser terminado por Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia, pero en el que todavía se aprecia la calidad del dibujo de raíz italiana de Muñoz. Además de los frescos de la Mantería en los que colaboró con Claudio Coello, sólo se han conservado de su mano El martirio de San Sebastián, actualmente en colección particular de Burdeos, y los Funerales de la reina María Luisa de Orleáns, propiedad de la Hispanic Society de Nueva York, obras ambas muy notables y, como dice Palomino, de mucho estudio, la segunda pintada del natural. Los dos cuadros pertenecieron a la colección del infante don Sebastián de Borbón que, tras su confiscación por las simpatías carlistas del infante, pasó al Museo de la Trinidad y luego al Museo del Prado, donde Cruzada Villaamil hizo un encendido elogio del San Sebastián, considerado la mejor obra de este malogrado artista. En 1875 los dos cuadros fueron devueltos a su antiguo propietario, saliendo definitivamente de España. En su catálogo del Museo Nacional de Pinturas Cruzada Villaamil le atribuyó también El entierro del Conde Orgaz y el San Agustín conjurando una plaga de langosta, obras actualmente asignadas a Miguel Jacinto Meléndez en el Museo del Prado. En este museo se conserva, además, un supuesto autorretrato, procedente de las colecciones reales donde figuró ya con esa atribución. (Información obtenida de Wikipedia) |