2 obras del autor: Amárica - (Fernando Amárica)

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Siglos XIX y XX. Modernismo
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Apunte Biográfico

Pintor alavés, nacido en Vitoria-Gasteiz el 1 de junio de 1866. Alumno aplicado, estudió bachillerato en el Instituto de la ciudad y leyes en la universidad de Valladolid, carrera que terminó a los veintiún años. Nunca ejerció la abogacía a pesar de los deseos de la familia. Su tío político fue el prócer alavés Ramón Ortiz de Zárate, casado con una hermana de su padre. Recibió sus primeras lecciones de pintura bajo la dirección del experimentado Emilio Soubrier, maestro también de su entrañable amigo Ignacio Díaz Olano. Entendemos que este aprendizaje se tramitó a nivel particular, pues no frecuentó las aulas de la Academia de Bellas Artes de Vitoria. Se conservan de él modestas obras de juventud, aunque su verdadera irrupción en la pintura data de la última década del siglo. A finales de 1895 se traslada a Roma, donde ya se encontraba Díaz Olano, y recorre durante tres meses las ciudades de Nápoles, Milán, Florencia, Pisa y Venecia. Durante esta época le atrae todo lo relacionado con la técnica del retrato. Tres años más tarde, visita en Madrid el taller de Sorolla. Queda fascinado por la luminosidad y los timbres cromáticos que destilan los cuadros del valenciano. En 1900, con el reclamo de la Exposición Universal, se desplaza hasta París, donde además de interesarle la enseñanza del desnudo en la Academia Delecluze y de entablar relación con Anglada Camarasa, estudia a los impresionistas. Le impactan los trabajos de Monet y Sisley. Aprovecha su estancia en la capital francesa para viajar hasta Holanda en compañía del pintor peruano Carlos Bacaflor. Ejecuta algunas copias, un tanto espontáneas, de Rembrandt. El cambio de siglo coincide con el período de mayor actividad del pintor vitoriano. En cuanto a viajes, comparecencias públicas y ambiciones artísticas. En 1899 remite a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid el paisaje Zadorra y Badaya desde Trespuentes. En 1903 es admitida su obra Tarde de septiembre a orillas del Zadorra (Trespuentes, Álava) en el Salón de París, disfrutando de igual reconocimiento en la edición de 1905 con un paisaje con figuras titulado Derrière L'eglise, triste coin ensoleillé. En 1908 vuelve a concurrir en París al Salón de la Sociedad Nacional de Bellas Artes con la tela Soledad melancólica. Participa también en la Exposición Internacional de Marsella con tres lienzos. Avatares y desengaños varios incidirán en su ánimo desestimando futuras comparencias en la capital gala a pesar de la aceptación que estaban teniendo sus envíos entre el público y la crítica. Es ahora cuando Amárica lucha por conseguir que su firma fuese reconocida en el mundo del arte, cediendo cuadros en depósito a los marchantes para su venta y promoción. Precisamente en 1912, el extravío de uno de estos lotes en Berlín, las tres obras que había expuesto años atrás en Marsella, determinará como nos recuerda su biógrafa Paloma Apellániz que nunca más vuelva "a dejar cuadro alguno en depósito, ni a intentar la venta de ningún cuadro más. Los pocos que vendió fue a íntimos amigos, y tras infinitos ruegos y súplicas". Aunque en años posteriores, Fernando de Amárica es seleccionado para participar en prestigiosos acontecimientos, como la Exposición de Arte Español 1828-1928, que se celebró en Bélgica y Holanda, con más de un centenar de autores, y al año siguiente, en 1929, en la colectiva organizada por la Agrupación de paisajistas en los Salones del Círculo de Bellas Artes de Madrid, lo cierto es que su nombre cada vez queda más constreñido al estricto ámbito local. No obstante, en las postrimerías de su vida, ya octogenario, todavía concurre a los Salones de Otoño de Madrid, en las ediciones de 1948, 1949, 1950, 1952 y 1955, siendo su presencia inexcusable en las más importantes colectivas del arte alavés de la postguerra. Entre sus contemporáneos tomaron cuerpo las críticas que le acusaban de falta de lucha, de capacidad para asumir riesgos y de deseos de mejora profesional por mor de una posición económica personal bastante desahogada. Ciertamente es así. No necesitaba desprenderse de sus cuadros para vivir. Pero sería del todo injusto olvidar sus años de brega, desvelos y esfuerzos por significarse en el panorama internacional. Su reclusión voluntaria en una pequeña ciudad como Vitoria, alejada de los grandes circuitos artísticos de la época, así como las escasas exposiciones personales que realizó en vida -solamente tres en su nonagenaria existencia, Madrid (1923), Vitoria (1924) y Barcelona (1935)- amén de una humildad y modestia exacerbadas, otro tanto de lo mismo vale para su colega Díaz Olano, han motivado que su obra, durante décadas, apenas haya estado lo suficientemente difundida y apreciada entre amplios sectores de aficionados. Esta actitud comenzó a subsanarse a partir de su fallecimiento gracias a las actividades de la fundación que lleva su nombre, y el de su progenitor, alcanzando en la actualidad el puesto que legítimamente le corresponde no sólo dentro del devenir de la pintura vasca sino también en la española. Donó toda su obra, más de 420 cuadros catalogados, a su ciudad natal. Desde 1966 se exhibe una amplia selección de estos fondos en el Museo de Bellas Artes de Álava. La producción artística más celebrada de Fernando de Amárica recae en el género del paisaje, aunque también nos ha legado importantes retratos y varios estudios de flores. Se le considera el iniciador y el que asienta las bases del paisaje en la pintura contemporánea alavesa. Su interés en esta modalidad se circunscribe a un ámbito geográfico reducido, aquel que le es más próximo y, por lo tanto, el que mejor conoce y sabe interpretar: Vitoria, la Llanada alavesa, los valles umbrosos de Gipuzkoa y Bizkaia, el litoral vasco, la Rioja y Navarra. Su estilo y modo de hacer se orientan hacia la técnica que comúnmente entendemos como impresionista. Sobre un dibujo suave que sirve para sustentar el armazón compositivo, concretiza Amárica unos paisajes a base de pinceladas sueltas y manchas jugosas acordes con su marcado sentimiento plenairista: un amor a la luz abierta, sea de amaneceres, mediodías o atardeceres; días de sol o de lluvia. Trasluce así que sea la atmósfera el factor verdaderamente consecuente de todas las panorámicas, bien urbanas, bien rurales. Asume un compromiso incondicional con la inmediatez: la realidad interpretada como dinámica de elementos y objetos que se definen por su relación con el entorno y las circunstancias ambientales. Son paisajes concretos y reales que se abren a la emotividad y que acaban por implicar tanto al artista como al espectador en un deliberado y sutil juego de transparencias que nunca son iguales, siempre mudables. Por lo tanto, Amárica tenía el sentido impresionista de que el espacio y la luz podían aportar a su pintura un toque mágico, por único e irrepetible. Por eso, quizá, sintió predilección por el paisaje puro, aunque en ocasiones lo animó con figuras. Muere en su ciudad natal el 6 de noviembre de 1956.