89 obras del autor: Figari - (Pedro Figari)
Clasificador |
N° de obras |
Siglo XX. Vanguardias Históricas/Realismo | |
- Paisajes y Vistas | 3 |
- Paisaje Urbano | 1 |
Siglo XX. Transvanguardia/Figuración | |
- Expresionismo Figurativo | 83 |
Pendiente de clasificar | |
- Varios | 2 |
Apunte Biográfico |
Pedro Figari Solari (n. Montevideo, 29 de junio de 1861 - † íbidem, 24 de julio de 1938) pintor, abogado, político, escritor y periodista uruguayo. Una de las figuras más destacadas de la pintura latinoamericana, perteneciente a la escuela postimpresionista, caracterizado por su carácter polifacético y su voluntad americanista.
Su obra está aislada como la de ningún otro artista nacional precisamente porque fue convencidamente uruguayo, por haber desarrollado su alto intelecto en exploraciones de una cultura rioplatense, un caso de rara cultura por el esencial dominio de los ingredientes más propios y la sabiduría que emana de su expresión que corre como linfa sin esfuerzos. La vida de este pintor, como la de todo creador genuino, tiene sus características singularísimas. Entre las de Figari se destaca su radical cambio de ubicación social y oficial, que constituye una excepción en la existencia de sus notorios compatriotas. Califica Ortega y Gasset al intelectual de hombre "preocupado", para el pensador español el político es el hombre "ocupado". Figari desempeñó las dos actividades, pero puede decirse, si nos atenemos a la más objetiva apreciación de su quehacer, que ha invertido los períodos tal como la lógica establece y la vida ciudadana los suele ordenar. Harto frecuente es el hombre inquieto de ideales o simplemente de nombradía, en busca de vocación, comience por escarcear en las letras o en labores artísticas para luego abandonarlas por la prédica partidaria del político. La verdad es que el hombre opina con más facilidad cuando se encuentra requerido y movido por las eventualidades de los sucesos públicos; más difícil y de mayor esfuerzo mental es la labor del artista sumido siempre en la investigación de nuevas formas, únicamente incitado por sí mismo. Figari describió la trayectoria opuesta. Hombre evidentemente social, gozó en su juventud de la simpatía de los triunfos. Primero fue un abogado, recibido a los veinticinco años en la Universidad de la República, sobresaliente en el derecho penal como defensor de inculpados en causas célebres de su tiempo, como el caso Almeida; letrado del Banco República; funcionario en el alto cargo de Inspector de Escuela de Artes y Oficios del país, donde por sus directivas quiso ensayar el estudio del desarrollo decorativo de los elementos de la fauna y flora nativas; político del Partido Colorado que ocupara la banca de representante nacional por Rocha y después por Lavalleja. Toda esa actividad social que cumplió tan destacadamente, llegando hasta abarcar la diplomacia, fue vivida por Pedro Figari con un parejo interés por las actividades intelectuales del puro y gratuito ejercicio. Fue ensayista de la belleza en su libro Arte, Estética, Ideal publicado en 1912, testimonio de la inquietud de sus problemas creativos más generales. Autor de razonamientos sobre belleza o manifestándose sensiblemente como los poemas "El arquitecto" (1930), su pensamiento fijado en palabras forma una notable unidad con su plástica, ya que sus libros pueden ser leídos en su pintura. Los escenarios de largos horizontes en los que los seres se integran en el paisaje señalan el credo panteísta como el mensaje último de un artista filósofo. Comprendiendo como pocos en que grado las artes representan la sabiduría del pensamiento humano, supo compendiar todas sus ideas fragmentadas en actividades múltiples en la unidad visual del cuadro pintado. En su ecuación personal, la pintura iguala la suma de numerosas experiencias en el trabajo constante y variado de persona culta. Confiarse así como lo cumplió, con entrega total a las artes, tan llenas de incertidumbre, tan difíciles para los juicios definitivos, tan proclives al descontento íntimo de quienes las ejercen; darse enteramente a soltar sus preocupaciones después de haber realizado un acto heroico. Porque este inteligente personaje que conformaba muchos adeptos a su derredor sabía que por ese tránsito se ubicaba en cierto modo frente a esa sociedad en el lugar incómodo del inconformista. Al iniciar decididamente su entrega a la pintura, la conciencia debió serle clara sobre el destino futuro, pues no podía ignorar su inmersión voluntaria en el descrédito ante los círculos y mundo oficial en que actuaba, el abandono total de los halagos fugaces y de la suspensión en su país por un largo lapso de su condición popular de prohombre, todo lo cual sucedió. Por otra parte, hasta el momento de su decisión hacia la pintura, los círculos artísticos a los cuales iría a integrar no le estimaban más que como aficionado, como persona destacada, brillante que amaba la pintura. En consecuencia, era un aficionado, un "amateur" distinguido. En general el artista plástico profesional es condescendiente con el hombre ilustrado; más aún con el universitario que le muestra sus obras. Tiene para él palabras de estímulo, le concede fácil halago y ha de reparar en menos defectos que el crítico, pero siempre y cuando no pretenda salir de esa categoría del pintar como entretenimiento. En una correspondencia del año 1919 enviada al pintor José Cúneo para felicitarlo por unos recientes cuadros expuestos, Figari se coloca en una situación de "dilettante". Comprensivo admirador de otros pintores, declarándose en categoría neófita no reciben sus pinturas combativas negaciones, como tampoco se divulgan sus méritos. El estigma del aficionado le acompañó en la consideración ajena más de lo debido; su título universitario molestaba la estimación profesional de su pintura. Se le llamó repetidamente ingenuo! el más docto y culto de la pintura rioplatense, el artista que trabajó sobre una organizada visión intelectual -por comprensiva- de su medio, a la vez que altamente artística. Cuando Figari estructuró toda la creación de su arte tras larga meditación y paciente recato, fue a Buenos Aires a producir. Allí vivió cuatro años pintando sin reposo. Del ejercicio salió su incomparable estilo, porque en la pintura también la mano piensa. Figari desde Montevideo parte con su vocación ya marcada y al instalarse primero en Buenos Aires (1921-1925) y luego en París (1925-1933) más que buscar el sustento de ideas procura aspirar al aire inteligente de la comprensión. Creación y producción. Figari separó perfectamente estos dos tiempos de la obra de los artistas, que establecen distinciones definitivas y que en el presente tienden a confundir por el apresurado deseo de uniformidad de expresiones, considerada como conquista del artista moderno. Todo horizonte que presenta un pintor señero es recorrido inmediatamente por multitud de colegas de todos los países sin conciencia de temores. Es verdad que el tiempo universal del arte moderno permite que hoy se mire a esos soles de frente no bien amanecen, como es cierto que en otros momentos anteriores se contentaban los pintores colectivistas con dibujar las espaldas de los astros en declinación. En una rápida actitud para la liberación de dudas y eliminación de las angustias y tedio de las esperas por las nuevas expresiones del devenir, se consume con apresuramiento en una hora de entusiasmo lo que debería ser producto de más larga convicción. Apenas capacitados para la identidad en la apariencia creativa -desde luego inédita, brusca, llamativa, poderosamente diferenciada como ocurre con los cambios evolutivos en las artes actuales- con urgencia que sobrepasa todos los asombros, el artista produce. Su adhesión es tan total que es imposible detenerlo en sus ansias. Ya no investiga: produce en esa nueva devoción, nada aporta ni matiza a la expresión que lo imanta; su pasado, su ayer inmediato, otro culto anterior lo retiene: produce en la nueva manera y repite 20 o 30 veces un mismo ejercicio para cumplir la exposición personal solicitada y responder a las invitaciones de los cada vez más numerosos certámenes nacionales e internacionales con rostro diferente. El igualismo expositor que hoy vemos en las exhibiciones personales y aún colectivas, estuvo en épocas transcurridas en el producir del pintor mercader sin sabia ni ingenio y es hoy algo curioso, y a nuestra manera de ver bastante lamentable que se constituye en práctica de artistas inquietos, algunos ciertamente valiosos. Diríamos que de los "especialistas en temas" se ha pasado al "especialista en expresiones", cambio muy peligroso porque entraña confusión en valores más altos. Cuando el arte moderno aún no había cosechado consideración más que de una minoría de vigorosos sostenedores de sus necesarias virtudes de renovación, el proceso de arribo al momento de la producción, cuando el artista suelta el discurso en la improvisación absoluta pero eficaz, era más lento. Consciente de sus posibilidades formativas de expresión, le será así permitido al artista una producción sin límites que participara toda ella de la comunicación auténtica, sin caer en la repetición o plagio de sí mismo. Si la creación requiere una concentración y aislamiento del artista, la producción se condiciona y facilita por una incitación externa o, mejor aún, por la toma de conciencia de que existe un interés de verdadera comprensión por lo que expresa. Figari en tren de divulgarse, de apoyar el factor extensivo de su mensaje, de ejecutar las necesarias aplicaciones de sus descubrimientos, de abrir la riqueza de sus variantes, se dirige a Buenos Aires y allí se instala. Va en búsqueda de un ámbito propicio que le permita producir, sin rebajar la condición de libertad en el arte. Es difícil que una expresión inédita como la suya, especialmente si es cosmópolis importante, ciudad acústica, se sabrá comprobar sus resultados expresivos como autónomos y también advertir la verdad de la forma nueva, sin que le perjudique el achaque de extravagancia con que puede juzgarlo la opinión de su comarca. Querer encontrar en ese mismo ámbito un apoyo para seguir expresándose, pronto hubiera sido caer en un conformismo y resignación de sus más bellas condiciones de creador. Los temas de Figari -no el tiempo expresivo- eran ciertamente afines a los usados por artistas argentinos, y allí completa su repertorio con interpretaciones de motivos propios del país, como el episodio de "Barranca Yaco", del retrato del personaje literario "Don Segundo Sombra" y las danzas provincianas. Encontró en Buenos Aires un medio, una "élite" culta, acogedora, pero lo suficientemente reciente en el contacto del artista para apreciarlo como versión totalmente inédita y respetarlo en su virginidad interpretativa. Una "élite" de alta napa de la sociedad bonaerense lo sostiene y alienta. Algunos literatos intuyen su gran aporte a la cultura ciudadana. Un crítico amigo de los pintores de vanguardia, más brillante panfletista que certero de juicio, lo niega y lo befa por su "doctorado", pero el saldo entre estímulos y rechazos, afirmaciones y negaciones, es totalmente favorable, porque no son pocas las inteligencias que llegan al meollo mismo de la intención del creador y le es suficiente a cualquier artista comprobar que se advierte como cumplida la que fue su intención inicial. Se reconocía la veracidad de su nuevo estilo, lo que aportaba como renovación expresiva para una temática cuyo objetivo documental comenzaba a fatigar. Su primera exposición en Buenos Aires en 1921 marca una fecha en la misma evolución de la cultura argentina, considerándosele como precursor evidente del movimiento "Martinfierrista". Asegurado el interés del hombre culto de Buenos Aires, Figari fue a afirmar sus propósitos expresivos en Paris. Esos mismos argentinos y el uruguayo Jules Supervielle le han de ayudar para ubicarse en la capital de Francia. A la "Escuela de Paris" perteneció y dentro de ellas al neoimpresionismo. Su pintura ciertamente influida por Edouard Vuillard y Pierre Bonnard, marca aportes a esa tendencia de los "intimistas" franceses no solo en el incuestionable interés de sus nuevos motivos, sino también en la presencia de esa citada síntesis que es traducción válida hasta hoy, de la mayor sencillez y juventud continentales. Figari es uno de los iniciales y más conspicuos representantes de un momento de la pintura latinoamericana, después del período documental, que le reconocemos como la etapa de investigación de un contenido local. En lo colectivo, es un momento en que el arte de América del Sur se ve invadido por los pintoresquistas y los cultores del tipismo. Figari se aisló en su posición; nada reprodujo, nada subrayó: todo en su pintura fue un comentario. El comentario de Figari, lejos de ser pirotecnia propagandista del folclore era solera y prosapia rioplatense; una historia usada, sabia e íntima. En Buenos Aires, Paris y un último año, en 1934 en Montevideo, cuando cesa de pintar dejando amontonados a su muerte dos mil quinientos cartones pintados, es que se realiza su largo relato. Cada cartón suyo es una palabra de ese enorme mundo experimentado por este, sin duda, insólitamente culto pintor. Ese hombre universitario y de letras, redactor de ensayos filosóficos, se convierte en el visualizador por excelencia. Visualizador es el acto psicológico de pensar en imágenes. Es el gran visualizador. En el apurado dibujar de sus cartones, los arabescos están facilitados por los movimientos de su mano, cuya muñeca gira como "pivot" de increíble huelgo que va describiendo sus invenciones incesantes. El iniciador de la pintura uruguaya Juan Manuel Blanes, discípulo de la Academia Florentina, formula enteramente su arte; antes de transcurrir un siglo, Figari se presenta como la antítesis del viejo pintor, con la desformulación más total. En menos de un siglo de existencia, el dibujo uruguayo recorre desde los vasos de los caballos de la "La escolta del General Máximo Santos" de Juan Manuel Blanes, todos iguales, hasta las cuatro patas de cualquier potro clinudo de Pedro Figari, todas diferentes. Como dibujo Figari creó el suyo, tal los armonistas de su época, aquellos impresionables ya citados que fijaban resoluciones sorpresivas, solo atentos a sus ocurrencias. No tenía este dibujo, resabio alguno de la noción académica del acabado perfecto. Es el dibujo de Figari individualista en grado sumo, desformulado al extremo, pero el más convincente para su propósito, el más preciso para imprecisar formas y detalles en su deseo de recordación poética del pasado sin caer en las anacrónicas reconstrucciones, para poder fundir cualquier relato suyo en el plano de la leyenda que es la que hace cierta la relación de las cosas del pasado. De aquí asemejándose los cuadros de los últimos años por temas, armonías, señalización de horizontales o disposición de las figuras en friso, siempre se ha de notar en la interpretación pictórica de su mundo figurativo una nueva ocurrencia o metáfora de su pincel, que le quita o le anula la posibilidad de ser calco o repetición. Figari - bien lo afirmaba el artista en todas sus conversaciones- tuvo su tema, cuyos motivos son todos innegablemente parecidos al escenario del Río de la Plata. Bastante fácil es comprender que en este aspecto solo puede interesar al uruguayo o al argentino, pero los temas en pintura empiezan a ser válidos desde las mismas creaciones de los artistas y no por méritos referenciales que solo atraen a la gente local; lo que importa afirmar es que Figari creó su tema: "El país del Doctor Figari" (nombre de un film sobre su obra) y que la narración de ese folklore íntimo del artista interesa a todo el mundo porque se le comprende como extraído desde dentro del pintor y no como captación externa o pintoresca de las cosas reales. Falleció el 24 de julio de 1938, el mismo día que falleció el escritor Carlos Reyles. (Información obtenida de Wikipedia) |